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De cómo elegir un vino en un restaurante y quedar como un experto

Publicado: 2012-03-10

Si disfruta con el vino, beba, gócelo y déjese llevar por la magia que encierra la copa. Sin hacerse preguntas, sin aparentar que es un conocedor o un experto; disfrutando cada trago con entera libertad. Pero en ocasiones el encuentro con el vino en el restaurante se convierte en una tarea compleja, repleta de formalidades y ritos que a menudo carecen de interés e intimidan al consumidor. Si  le preocupa todo lo que ignora sobre el ritual del vino en el restaurante, acepte algunos consejos.

* El sommelier. También le dicen sumiller a ese señor que le observa con aire severo, como si fuera el custodio de algún tesoro oculto, y nunca pierde la oportunidad de mostrarle todo lo que sabe y dejar en evidencia todo lo que usted ignora. No se deje intimidar; a menudo sabe casi tan poco como usted, aunque lo oculte tras un lenguaje que suena a chino. No importa, para remediarlo estamos.

*Elegir el vino. Empieza el juego del ratón y el gato con el sumiller. Tome la carta de vinos, repásela de forma distraída, como si fuera amigo íntimo de todos los bodegueros que asoman al listado –demuestre que los Catena, Roschild, Camps, Correa, Bosca… son amigos de familia- vuelva la vista al sumiller y pídale una recomendación. Si se equivoca será el único responsable y usted quedará  a salvo.

*Probar antes de beber. Todos los vinos deben recibir la aprobación del anfitrión antes de servirlos al resto de la mesa. Le corresponde asumir el liderazgo. Cuando le pregunten si desea probar el vino señale su copa con un ligero gesto, como si lo llevara haciendo desde chico. Si quiere un día tranquilo, proceda a probar, pero si el sumiller no le simpatiza, vaya a por él. Sin piedad. Espere a que le sirva –un miserable dedo de vino ¿por qué tan poco?- y deje claro que en esta mesa manda el cliente: “con esta cantidad nadie puede oler bien un vino” y espere a que sirva más vino.

*¿Qué color es este? La gama de colores de un vino es casi infinita. ¿Existe razón alguna por la que deba conocer la escala de color, por ejemplo, de los vinos blancos? (por cierto, oscila entre amarillo pálido pajizo y el color negro caoba de algunos vinos, efectivamente blancos, de Jerez, pero eso tampoco suele saberlo el sumiller). Lo importante es ver si está limpio o no… y seguir demostrando su dominio. Levante la copa a la altura de los ojos, entórnelos (le dará un aire interesante), demórese unos segundos y si no anda turbio, siga adelante.

*¿A qué huele? Si yo lo supiera… Hay más olores que colores: florales, frutales, herbáceos, animales, minerales, de especias…. Los sumilleres compiten para ver quien encuentra más matices de flores blancas y frutas frescas en una copa, nosotros iremos al grano. Acerque la nariz a la copa (con cuidado para no mojársela; arruinaría toda la representación), aspire dos o tres veces mientras inclina un poco la copa, como si buscara algo que extravió de chico. Guarde silencio, a no ser que el vino huela peor que un gallinero, pero haga un gesto de aprobación con los labios.

*¿A qué sabe? Un trámite tras otro antes de que llegue la recompensa: el trago definitivo. Beba un sorbo –no deje la copa temblando porque, ahí si, quedará mal- mientras piensa que sólo hay cuatro sabores: ácido, dulce, salado y amargo. El resto son aromas que se perciben a través del conducto que une la boca y la nariz. Deberíamos encontrar equilibrio, armonía y suavidad… pero eso es prácticamente imposible en un mundo que lanza los vinos al mercado cuando están a medio hacer. Puede hacerlo notar, aunque sin significarse, no vaya a ser que haya dado con el sommelier que realmente sabe de lo que habla, pero nunca está de más decir algo así como “está a falta de tiempo en botella, pero será un gran vino” o “este vino va a mejorar mucho”. Una frase de entendido antes de dejar la copa en la mesa, mirar al sumiller y hacerle el gesto afirmativo que espera el resto de los comensales, mucho más interesado en beber el vino que en jugar a los catadores de salón.

*¿Se divierte? Si le ha gustado el juego y está dispuesto a competir con el sommelier, deje la copa en la mesa, mírele a los ojos y pregúntele su opinión sobre el vino, como si realmente le interesara la respuesta. Y cuando le diga lo de siempre: que es el vino perfecto para su comida –nunca se atreverá a decir lo contrario-, que lo conoce bien porque procede de un pequeño valle de las cercanías de Mendoza que pudo visitar en el verano de 1998, que es un vino al tiempo equilibrado y potente, prometedor y expresivo que le fascina especialmente porque lo bebió el día de su matrimonio … aguántele la mirada y lance la segunda tanda “¿Pero lo ha probado?”. No importa lo que responda. Su victoria es total. Ambos saben que no hay dos botellas iguales y no se puede hablar de un vino sin haber probado de la misma botella. Y usted es el único que sabe como es el que tiene delante; aunque no tenga ni idea de cómo contarlo.


Escrito por

Ignacio Medina

Periodista especializado en gastronomía desde hace casi 30 años. Fui crítico de restaurantes en el diario El País, en Madrid, y también en Cosas , en Lima. He publicado más de 70 libros de cocina y dedicaré este blog a escribir sobre las cocinas de esta orilla


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