'La Gorda' en Madrid: Juan Echanove habla sobre el restaurante peruano que lo conquistó
Por Juan Echanove
Hay días en los que uno se lía la manta a la cabeza, o mejor dicho se calza el traje de aventurero y se lanza a las calles de la ciudad a descubrir otros mundos , a encontrarse con otras personas… quizás con otros exploradores que, como uno, quieren romper con la monotonía de lo cotidiano y dejar que la vida te sorprenda con toques y matices distintos … con sabores inimaginables… con aromas exóticos y extravagantes, e incluso con la suave caricia del amor fortuito.
Hay días en los que a uno el mundo se le queda pequeño y gracias a la imaginación y a algún que otro medio de transporte… gracias a Internet y a ese sol que de vez en cuando le da a la primavera esa temperatura en la que el deseo rebrota a raudales por todos los poros de la piel… Hay días, digo, en los que gracias a la vida uno se levanta con ganas de aprender… con ganas de vivir.
Siento hacia el Perú una fascinación infantil. Entiendo que esa civilización Inca plasmada en la majestuosidad de las ruinas de Machu Pichu son la demostración más palpable (junto a las pirámides de Egipto) de que la civilización no siempre evoluciona hacia delante sino que casi siempre destruye lo más valioso o en el mejor de los casos lo condena al olvido.
En cuanto a la gastronomía peruana pasa algo muy parecido. Recién ahora empezamos a descubrir algo que tiene unas raíces ancestrales enormemente afianzadas y que constituye una paleta cromática y una gama de sabores absolutamente atractivos, y por qué no decirlo enormemente sensuales. Recién ahora estamos descubriendo la “cocina peruana”.
De entre todos los restaurantes de mi ciudad (Madrid) el que más me gusta es La Gorda. Parafraseando la canción diría:
¡Me gusta La Gorda! … ¿Por qué?… ¡Por tantas cosas!… ¡Por esa manera que tiene al andar!.No solo es la carta del restaurante , en la que desde la canchita (granos de maíz tostados y salados de esa manera tan particular ) hasta el “Tacu tacu de lentejas”, pasando como no por los “ceviches” y los “tiraditos”, por el “Ají de gallina” y por “las carrilleras de res”… “el pulpo al olivo” etc.… etc.… etc.… No es solo la carta del restaurante, digo, lo que embriaga del lugar . Es esa manera de sonreír y de atender al cliente que tiene Carmen (La Gorda) . Esa manera de respetar lo que hace y cómo lo hace por encima de lo que cabría esperar en la dueña de un restaurante . Ese deseo de coherencia por encima del deseo del éxito . Ese reinventar un amor y una pasión por la vida aplicados a algo tan sencillo como un suspiro de limeña o a uno de esos platos cuyo nombre lo dice todo “La causa limeña”(¿existe alguna receta con nombre más bonito que la “Causa limeña”?) o a otra de esas delicias como “el saltado de lomo”. Y cuando ya uno cree que ha escalado hasta lo más alto del Machu Pichu se da de bruces contra la “comida Chifa”, que es esa simbiosis entre Perú y China con rasgos japoneses que está elevando a los cielos la tradición de Latinoamérica aupada en los fuertes brazos del rigor Nipón y en el exotismo de las rutas de la seda .
La Gorda es una sonrisa cocinada en varias cocciones. La Gorda tiene genio y talento como para llenar todo el Barrio de La Latina … el Madrid de Los Austrias. Es un restaurante para hablar bajito y susurrar promesas de amor envueltas en lágrimas de Pisco, promesas de esas que se disuelven a la mañana siguiente cuando los silbidos andinos se convierten en pertinaces bocinas de automóviles que nos obligan a emprender la marcha cuando el semáforo de la vida se vuelve a poner en verde.
Hay días en los que uno se viste de explorador y sale a la calle … no a descubrir un buen restaurante en donde satisfacer sus instintos más primarios. Hay días en los que uno sale a la calle a encontrar el calor del abrazo, el joven sol de la primavera. Hay días en los que uno sale a la calle a que le digan que le quieren… aunque sea mentira.
Vuelvo a casa caminando por las venas abiertas de la Cava Baja… atravesando la Amazonía de Tirso de Molina… camuflándome en la enorme Pampa de Cibeles… remontando el Río de La Plata de Velazquez , para llegar al fin al ansiado Dorado en donde viven mi gato mis libros y todos esos recuerdos que en forma de plato o de poema me confirman en mi profundo amor y respeto por la vida y quienes la viven.
Nota tomada de: Un blog para comerselo